De la paciencia, felicidad y otras drogas
Siento que ya no queda mucho
tiempo para llevar jersey, ni para seguir anclada en el mismo sitio ni en las
mismas situaciones. Es como si las luces delante de mí me recordaran cuál es el
camino que debo seguir, sin más excusas y sin limitaciones, porque es el
momento de aprovechar lo que la vida me está ofreciendo sin ser la misma boba
que ha dejado pasar grandes cosas por sus estúpidos cuestionamientos mentales
en bucles.
Sí, justamente así soy yo,
indecisa para unas cosas, firme y decidida para otras, impulsiva, obstinada
incluso sin querer, despistada a ratos y una profesional en eso de darle vueltas
a las cosas hasta que puede intuirse el humo de lo quemadas que están. Pero por
todo esto, por las imperfecciones, puede que haya llegado el momento consciente
de mejorar, de ser una mejor versión de mí. Quizá así despegue y alcance todos
esos sueños que están medio dormidos entre pensamientos aleatorios.
No más noches sin dormir como
debo, no más trabas, no más miedos. Sólo tener claro lo que quiero y saltar a
por ello, sabiendo que es posible ser feliz como me apetece serlo, proyectarlo
y contagiar a los que me rodean de esa alegría, de esa esperanza, de la certeza
de que ellos también pueden lograr lo que quieran, lo que les inspire, lo que
viene siendo una vida plena y con una buena pizca de magia.
Y mientras tanto, sigo poniendo
a prueba mi paciencia, que hoy más que nunca está ansiosa por saber, por
celebrar y por continuar siendo una buena influencia. ¿Algo en claro? Adicta a lo que me hace mejor, a la felicidad y derivados.
[Llega un punto en el que nos
hacemos conscientes de que el mundo no nos ve de la misma manera en la que nos
vemos nosotros. Ella no era una excepción, y precisamente por eso aquella frase
tenía tanto valor. Y dijo él: “Estar contigo es como tener un chute de
felicidad”.]
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