Y...treinta y uno de diciembre
Otra vez es treinta y uno de
diciembre. Otra vez las cenas, las uvas, el cava, los brindis, la gente con sus
ilusiones y esperanzas a cuestas esperando que el año que está a punto de
comenzar les regale un pedacito de esa felicidad que anhelan…
Otra vez es treinta y uno de
diciembre. Pero por primera vez va a ser distinto para mí: ausencias que
duelen, cena diferente, tradiciones que cambian… Y aquí sigo, sentada frente a
la pantalla intentando organizar propósitos, sueños y, como todos los demás,
ilusiones y esperanzas de que este “volver a comenzar con un número nuevo” marque
la diferencia por las razones acertadas.
Otra vez es treinta y uno de
diciembre. Miro atrás y doy gracias por lo bueno, evito pensar en lo malo y me
doy cuenta de lo mucho que se evoluciona en trescientos sesenta y cinco días
casi sin ser consciente de ello. No voy a empezar ahora con la retahíla de
frases del tipo “este año va a ser…”, “al año nuevo le pido…”, “en el año que
empieza seguro que…”, etc. Me limitaré a lo que realmente es importante: a
desear que los míos sean muy felices, que el mundo sea un lugar mejor y que los
pequeños momentos sean la alegría del día a día.
[Otra vez es treinta y uno de
diciembre. Ella cierra los ojos un instante, deseando con fuerza tantas cosas bonitas
que hasta se siente cursi. Los abre y respira profundamente. Siente que todo
vuelve a empezar a pesar de que en realidad continúa, pero que también tiene la
oportunidad de cambiar lo que debe cambiar y de cumplir las cosas que se
promete a sí misma. Eleva su copa y los segundos que se escapan pasean por el
borde…]
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