Sálvese quien pueda
Era como estar
delante de una pantalla de televisión viendo uno de esos momentos ridículos de
una serie mala en la que uno de los protagonistas tiene una pesadilla a modo de
sueño y no puede hacer otra cosa más que observar la escenita con los ojos
desorbitados por el bizarrismo del panorama mientras un martillo inexistente
revienta su pecho por enésima vez.
Pero
afortunadamente es eso, una pesadilla. No es real, aunque pueda sentirse como
tal. Para contrarrestar sus efectos nada mejor como el aire frío del exterior
desde la ventana, incluso siendo lo más desaconsejable para ese maldito
resfriado recordado en el estornudo número quinientos trece. ¿Pero qué le vamos
a hacer cuando las paredes ahogan?
Se ríen los ecos al
fondo con un “ya te lo dije”, “mejor pasa” o “no te lo recomiendo”. Siempre
queda la satisfacción personal del “al menos hice lo que consideré mejor”. Es
algo así como “soy consciente de que esto iba a pasar, pero lo hice de todos
modos porque soy así de ****”.
Y es que nunca se
deja de aprender, o al menos de intentarlo (a algunos simplemente les cuesta
más integrar ciertas lecciones). Suspenso para mí. Mi única asignatura
pendiente en la vida. ¿Cómo?¿Evaluación continua? Uf…sálvese quien pueda.
[Aquella figura de
cerámica era perfecta: cada curva, los detalles de la cara, con esos ojos
grandes y expresivos, el pelo cayendo en cascada sobre los hombros, los labios
dibujados con mimo, la nariz respingona…Ella miró la estatuilla con
escepticismo. Diez segundos más tarde la reventó contra la pared. “La
perfección no existe”]
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